En Ushuaia, en Tierra de Fuego, la cordillera de los Andes desemboca en el Atlántico sur. Aquí comenzó la aventura patagónica que viví en abril y mayo de 2019. Con dos mochilas y una ilusión a raudales, mi objetivo era recorrer la Patagonia argentina y chilena, desde Tierra del Fuego hasta la región de La Araucanía en Chile. Estaba preparado para enfrentar los desafíos del camino, impulsado por la emoción de explorar algunos de los paisajes más salvajes y hermosos del planeta.
- Ushuaia
Los primeros pasos en Ushuaia me hicieron sentir en un lugar asombroso. Los glaciares y las montañas nevadas se alzaban imponentes contra el cielo gris del invierno que se acercaba, mientras el viento frío del sur, soplando desde el Canal de Beagle, me recordaba que estaba en un rincón remoto del globo. Estaba en el fin del mundo.
El primer día en la ciudad, realicé la icónica caminata a la Laguna Esmeralda, ubicada en la Reserva Natural y Paisajística Valle Tierra Mayor, a 19 km de Ushuaia. Se trata de un sendero que atraviesa un bosque de lengas, continuando por una zona de turbales hasta casi llegar a la laguna, donde el camino empieza a convertirse en terreno de alta montaña. Al llegar a la laguna, incluso sabiendo que se llama esmeralda, me dejó boquiabierto descubrir su color, el entorno en el que se ubica rodeado de montañas nevadas y del Glaciar Ojo del Albino, cuyos sedimentos son los responsables del color de la laguna.
Maravillado por la belleza del paisaje no pude evitar quedarme un buen rato contemplando y fotografiando la laguna mientras degustaba unos alfajores, típico dulce argentino.
En el camino de vuelta, realizado a través del mismo sendero, me detuve a contemplar las castoreras, esas fascinantes obras de ingeniería natural creadas por los castores. Diques construidos con ramas y troncos, que transforman el paisaje y alteran el curso de los ríos creando estanques artificiales.
De vuelta a Ushuaia, pasé la tarde explorando el Museo del Fin del Mundo, donde aprendí sobre la fascinante historia y la biodiversidad de la región austral. Las exposiciones sobre la fauna local, la historia de los pueblos originarios y la vida en este extremo del planeta me ofrecieron una perspectiva más profunda sobre el entorno que estaba explorando.
La mañana siguiente, con energías renovadas, emprendí rumbo en autobús hacia el Parque Nacional Tierra del Fuego, al oeste de la ciudad, accediendo por la Ruta Nacional 3. Mi objetivo era ascender al Cerro Guanaco, que se eleva a 970 metros sobre el nivel del mar.
Este trekking es conocido por ser retador, especialmente en otoño, cuando el barro de la turba se acumula tras las primeras nevadas. Esta sección intermedia del ascenso se convierte en un verdadero desafío, donde avanzar se vuelve complicado a medida que uno se hunde en el barro. Aunque perseveré durante casi un kilómetro en condiciones difíciles, observando cómo otros montañeros también desistían, finalmente tuve que dar marcha atrás y abandonar la esperanza de disfrutar de las vistas desde la cima.
Las panorámicas del Lago Roca, la Bahía Lapataia, la Cordillera Darwin en Chile y el Canal Beagle quedarán para otra ocasión. Sin embargo, tras el contratiempo, decidí aprovechar la tarde recorriendo otros senderos del Parque Nacional. Caminé hasta la Bahía Lapataia, donde, desde abajo, pude disfrutar de las vistas de la Cordillera de los Andes, aunque con la satisfacción de haber explorado el impresionante entorno que rodea a Ushuaia, aún sin haber alcanzado la cima.
Comencé el tercer y último día subiendo al Glaciar Martial, uno de los destinos más emblemáticos cerca de Ushuaia, donde me sorprendió la vista panorámica que se desplegaba ante mí. Los glaciares y las montañas circundantes se mezclaban en un espectáculo de hielo y roca, mientras que Ushuaia y el Canal Beagle se divisaban en la distancia. Pasé un tiempo explorando los alrededores por los diferentes senderos, disfrutando del aire fresco y las vistas inigualables.
Por la tarde, me embarqué en una excursión por el Canal Beagle, una experiencia que prometía ofrecer una perspectiva diferente de la región. Durante el recorrido, avistar colonias de cormoranes y lobos marinos. También pasamos por el famoso Faro Les Eclaireurs, un ícono de la navegación en el extremo sur. Además, tuvimos la suerte de observar a una ballena desde el barco durante unos minutos, lo que fue un inesperado y emocionante añadido a la excursión pues en otoño las ballenas no suelen estar en esta zona tan austral.
Al final de la jornada, regresé a la ciudad con una sensación de plenitud. Aún quedaba disfrutar de la última noche en Ushuaia, sumergiéndome en su ambiente nocturno. La noche se llenó de cervezas y fernet, música, conversaciones y risas con otros viajeros argentinos y de distintos países.
Sin tiempo para dormir tras la fantástica velada, a las cinco de la mañana tomé el autobús hacia mi siguiente destino, Punta Arenas en Chile, desde donde conectaría con Puerto Natales y el Parque Nacional Torres del Paine. La estancia en Ushuaia fué intensa y enriquecedora, me fui con recuerdos que llevaré siempre conmigo. Cada rincón y cada persona en este fin del mundo ofrecieron una experiencia inolvidable, consolidando a Ushuaia como un destino especial para cualquier aventurero.
- Parque Nacional de Torres del Paine
Después de catorce horas de bus hasta Punta Arenas, en Chile, y otras tres adicionales a Puerto Natales emprendí la preparación de mi siguiente reto, el Parque Nacional de Torres del Paine. El objetivo era realizar la W, el famoso y concurrido trekking que todo montañero añora realizar una vez en la vida. Para ahorrar costes el plan era realizarlo acampando en los campings del parque, para ello alquilé en Puerto Natales tienda, saco y aislante pues decidí hacer mi viaje por el mundo sin ellos ¡inmenso error! Debería haber llevado este material desde el principio del viaje, y hubiera vivido más experiencias en mi estancia en Sudamérica. Además de alquilar el equipo necesario, también me aseguré de comprar comida suficiente para varios días. Opté por alimentos ligeros, que no añadieran demasiado peso a mi mochila, pero que me proporcionarán la energía necesaria para afrontar la aventura que tenía por delante.
La llegada al parque supuso el primer contratiempo de esta excursión, las lluvias con las que amanecimos, además de nublarnos las vistas y calarnos enteros a todos los que allí esperabamos, retrasó el trayecto en barco hacía Paine Grande más de 3 horas y, a mi me trastocó los planes pues quería llegar hasta más allá del camping Grey después de acampar. Esta espera no fue en balde, pues me permitió entablar conversaciones con otros viajeros, dos de ellos se convirtieron en habituales en los dos meses patagónicos posteriores, con los que iba a compartir el reto de la W.
Aunque la lluvia no amainó en todo el día, me emocioné cuando llegué al primer mirador y contemplé el inmenso glaciar Grey y sus témpanos de hielo flotando alrededor. Tras cuatro horas de caminata completé la primera jornada hasta el camping Grey, compartí la primera cena con otros afortunados senderistas. Tuvimos que esperar unas horas hasta que escampó y pudimos montar nuestras tiendas, y enfundarnos en los sacos para un reparador sueño.
La segunda mañana amaneció serena, sin una nube en el horizonte, esto prometía una ocasión ideal para poder recuperar los planes previos de ir más allá del camping y poder disfrutar de las vistas del glaciar desde más arriba dejando la mochila y el material de acampada en el camping.
El resto del día saboreé el recorrer de nuevo la ruta de la tarde anterior, nos deleitamos con las experiencias que estábamos viviendo y terminé en el camping de Paine Grande con una agradable charla alrededor de las cocinillas mientras preparábamos la cena. El sol nos devolvió la sonrisa y la ilusión, y un reparador sueño nos devolvió la energía para afrontar las tres jornadas restantes.
El tercer día el reto era la travesía hacía el glaciar francés, el ascenso hasta el mirador británico y el descenso posterior hasta alcanzar el camping Francés.
Es uno de los sitios más asombrosos de la W, sobre todo vivirlo en otoño, y contemplar los colores rojos, ocres y verdes de la flora del parque en otoño, los turquesas de los ríos glaciares, el blanco azulado del hielo del glaciar Francés. ¡Un recuerdo imborrable! ¡Y qué decir de llegar hasta el mirador británico! De nuevo los colores en conjunción con esas moles rocosas de granito que rodean el mirador. Pasé más de dos horas allí comiendo y compartiendo con otros viajeros y no creo que olvide nunca esa sensación de estar feliz por llegar allí tras planearlo durante meses.
Tras un rápido descenso desde el mirador británico hasta el camping italiano donde había dejado mi macuto grande, tuve que socorrer a una compañera que se había perdido debido a su inexperiencia siguiendo senderos, le ayudé a salir del atolladero y juntos realizamos la última parte del camino ya sin sobresaltos. Acampamos en los paneles de madera habilitados para acampar y cené con ella y otros compañeros preparando el plan para la mañana siguiente. El objetivo era llegar hasta el camping chileno e intentar subir a las Torres del Paine esa misma tarde, pues para el quinto día se acercaba un temporal de nieve que nos iba a impedir ver las torres en toda su inmensidad. Para cumplir con nuestro objetivo, era crucial llegar al camping antes de las 3 de la tarde, ya que a partir de esa hora no permitían que más personas subieran. Dado que estimamos que el trayecto nos tomaría unas 8 horas, necesitábamos comenzar la ruta antes de las 7 de la mañana para asegurarnos de llegar a tiempo.
No siempre en la vida cumplimos nuestros objetivos, y en esa ocasión, varios despistes míos en los cálculos durante la travesía y el cansancio acumulado que me impidió acelerar lo suficiente en la parte final, me hicieron llegar al camping chileno con quince minutos de retraso. Aunque intenté hacer trampas y traté de subir por una ladera del bosque que parecía libre de guardia, finalmente fui obligado a volver al camping al tratar de incorporarme al sendero, esos pequeños engaños que siempre salen mal. Al menos disfruté de una gran jornada, y me quedé con la pequeña ilusión de que fallara la predicción meteorológica.
Aunque esta ilusión solo duró unas horas, pues al caer la noche en el camping, empezó a llover y no paró las siguientes doce horas. Aún así, a las 6 de la mañana me preparé para subir a las torres, bien pertrechado con el plumas y el cortavientos, el pantalón de agua, las polainas y un paraguas, subí la hora y media de ascensión nocturna desde el camping hasta las Torres del Paine con la cada vez más pequeña ilusión de ver los rojos del amanecer que tantas veces había contemplado en fotos. No fue así, fue una de las mañanas más frías que he pasado en la montaña en mi vida, cuando llegamos a la laguna comenzó a nevar y, solo, el té caliente que llevaba en el termo pudo calentarnos algo a mi y a los valientes que me acompañaban. Nada de luz apareció por allí, y cuando el frío se adentraba en nuestros huesos decidimos descender. Las bromas y las risas no faltaron durante la bajada hasta el camping primero, donde desayunamos tranquilamente, ni durante el descenso final que completaba la W. No vi las Torres del Paine, y ahí están para cuando decida volver. Las sensaciones vividas junto con el resto de mochileros siempre las llevaré en mi petate.
Continuará…